lunes, 14 de septiembre de 2009

Tratamientos para los Bipolares

La bipolaridad es semejante a la dislexia. En ambas configuraciones las personas carecen de un punto de orientación. No obstante, cuando pueden llegar a construir y manejar ese "punto de referencia" (giroscopio interior), lo que inicialmente aparecía como una dificultad comienza a desaparecer. En el disléxico se trata de la carencia de un punto espacio-mental, en el bipolar de una "coordenada vincular".




Esta carencia es la que hay que remediar en todo tratamiento terapéutico de la bipolaridad, para que su lugar lo ocupe una "relación guía", ya que la falta de eje provoca confusión, y ante la emergencia de tal estado psíquico, la inestabilidad aparece como una respuesta defensiva.



Al trabajar con esta mirada y aplicando una metodología destinada a que la persona bipolar cree un "vinculo interior referencial" (la báscula mental) que le sirva de timón para alejarlo de los cambios extremos y de la confusión que le generan algunas situaciones cotidianas, los logros que se alcanzan son sorprendentes.



Hay cosas que la persona bipolar no puede representar, que le crean desorden, desorientación, caos y desconcierto, y entonces la oscilación es la respuesta para defenderse de esa circunstancia. Del mismo modo como su pensamiento es plástico (imágenes en movimiento), su ir y venir emocional refleja su discurrir mental. Cuando le dicen "tienes que ser estable", él escucha "oscila", y esta situación es decisiva, ya que desde la medicación y desde la palabra lo que se le está repitiendo al bipolar es algo que no puede comprender o que él traduce exactamente al revés.



La "estabilidad" que el bipolar tiene que lograr no debe provenir de afuera, sino surgir como una "referencia interior", y no puede equivaler a la detención o quietud, sino a movimiento con sentido y proporción. No hay que pretender que deje de oscilar (su oscilación es su virtud), sino que sane la desproporción que lo "traga" en el remolino del eterno vaivén sin eje.



Los pacientes bipolares nos enseñan, con sus expresiones, aquello que los terapeutas tenemos que aprender para saber ayudarlos. Sólo hay que poner atención, escucharlos y valorar sus puntos de vista. Y acompañarlos a precisar sus emociones encontradas, tales como las siguientes, por ejemplo: "... o sea / resumiendo / estoy jodido / y radiante / quizás más lo primero / que lo segundo / y también / viceversa" (Mario Benedetti).



Es común observar que las dificultades y las desdichas vinculares llenan sus biografías. Es notorio el deseo de ser aceptados y amados, que los empuja a establecer relaciones a cualquier precio, construidas desde la necesidad y la dependencia y no desde el amor y el crecimiento.



En el momento de nacer y luego del corte del cordón umbilical, el ser humano adviene al desvalimiento, es decir, no puede valerse por sí mismo para satisfacer sus necesidades básicas. Es el otro o son los otros, sus padres, quienes cumplen esta función, y si ese recién nacido no recibe protección, afecto, cobijo y nutrición, se hunde en el desamparo. Esta vivencia es muy radical, al punto que el bebé va desarrollando, con el paso del tiempo, un complejo mecanismo de defensa consistente en transformar ese desamparo en una creencia: "Si no me dan lo que quiero, es porque no lo merezco, y si no lo merezco, es que soy indigno". Tal sentimiento de indignidad luego es encubierto, en el futuro bipolar, tras una máscara de prodigalidad exagerada mediante la cual pretende comprar afectos y reconocimiento que sanen su estima dañada; cuando no los recibe, surge una profunda indignación por sentir que lo tratan injustamente y la represión de esta indignación vuelve como el polo de exceso (maníaco) de la bipolaridad.



A esto se une la incapacidad para dar por terminado un vínculo, para decir "basta" o "no te quiero más", ya que tal condición forma parte de la vivencia bipolar según la cual una relación que acaba implica una muerte posible del Yo: en cada corte está en juego la aniquilación de su identidad, pero no como metáfora sino como una realidad feroz. En la biografía afectiva del bipolar pareciera encarnar este poema breve de Efraín Huerta titulado "Se sufre": "En cuestiones / de amor / siempre / caminé / a paso / de / tortura".



Estas circunstancias (la herida en la estima y el temor de aniquilación ante una pérdida de afecto) llevan, a los bipolares, a establecer vínculos enmarañados, complejos y destructivos, que son la expresión de un profundo "barullo" afectivo, y reiteradas y frustrantes relaciones de pareja en las que -según palabras de Benedetti- "cada dolor flamante / tiene la marca de un dolor antiguo".



Ante esto, ¿qué hacen habitualmente los terapeutas? Recomiendan cautela, distancia, inacción, proporción y abstinencia, lo cual implica no haber asimilado lo que acontece en el mundo interior del paciente, porque estas palabras encierran conceptos irrepresentables en el universo de la conciencia bipolar.



Lo que sí, en cambio, deberían impulsar, es que estos pacientes realizaran experiencias vinculares, porque nada es peor, para un bipolar, que la ausencia de vínculos. Los encuentros interpersonales son como columnas que -aun por más disfuncionales que sean- los sostienen.



Aunque más adelante nos volveremos a referir a este punto podemos señalar que las relaciones humanas, las actividades de servicio, el desarrollo sensorial, la danza, el Yoga y el Tai Chi son excelentes herramientas para construir y sostener el eje interior.



Puntos sobre los cuales sostener un tratamiento



Hay dos principios fundamentales que hay que tener en cuenta como base de la propuesta de un tratamiento de los pacientes bipolares:



" La bipolaridad no será superada mediante la lucha directa contra ella, sino sustituyéndola por un bien opuesto. "



" No será derrotada por medios exteriores a la persona, sino convocando la fuerza interior autocurativa que yace dormida dentro de ella. "





Es decir, ampliando, por una parte, las virtudes contrarias a la inestabilidad (en este caso la firmeza, la proporción y la determinación) y dejando, por otra, de poner toda la confianza en los resultados de la química estabilizadora exterior para apelar a las energías del auto-asistente interno, ese centro personal que cuida por nosotros aun a pesar de nosotros mismos. Todo esto sobre el sustento de no poner la esperanza de salvación en los recursos artificiales, sino ajustando el trabajo terapéutico a las leyes naturales.



Ahora bien, a estos pilares conviene agregar algunas otras consideraciones:



La bipolaridad se instaura como un desgarrón en el tejido que conecta a la persona con los otros.

La red de comunicación e interacción habitual se encuentra funcionando inadecuadamente y en vez de convertirse en una herramienta para el crecimiento y la evolución acontece como una catástrofe y una adversidad. El resultado de estas condiciones hace que el paciente bipolar quede apartado de los vínculos sociales, se recomiende a sí mismo cuidado en sus relaciones e inclusive puede ir desarrollando una actitud de aislamiento que empeora su cuadro.



Sin embargo, tal condición puede ser una oportunidad de crecimiento y de transformación, y esto (que puede ser concebido como una catástrofe) puede, a su vez, trasmutarse en un punto de reorientación de las prioridades en la vida del paciente bipolar.



Las circunstancias adversas hacen crecer y fortifican el carácter y la capacidad de preocuparse por los demás. En este sentido, más que proponer al paciente un restricción relacional, hay que empujarlo a vivir las experiencias vinculares con toda intensidad. ["Usa mi llave cuando tengas frío, / cuando te deje el cierzo en la estacada, / hazle un corte de mangas al hastío, / ven a verme si estás desencontrada" (Joaquín Sabina).]



La bipolaridad forma parte del proceso de la vida.

No es algo apartado, encapsulado y ajeno a la existencia de la persona que la vive; más aún: muchas veces representa un disparador para realizar un cambio necesario o es el resultado de un conflicto del pasado. Pero siempre es una señal del proceso de desarrollo personal y por lo tanto siempre tiene sentido.



Esto implica, entonces, que la bipolaridad no es un mal a suprimir, sino un suceso a comprender e integrar en el curso de la biografía del paciente. De este modo convertimos una emergencia en un emerger, una catástrofe en una oportunidad.



El acceso a la curación de la bipolaridad requiere de muchas dosis de placer, alegría y pasión.

Es una obviedad, pero vale aquí recordar que la infelicidad es causa de muchos padeceres psicofísicos y la alegría es un buen remedio para los males del cuerpo y del alma. Cuando uno está deprimido los candados que protegen el organismo se vuelven vulnerables a las llaves de los virus y las infecciones se apoderan del cuerpo. De manera que, sin entrar en detalles (que pueden encontrase, por ejemplo, en excelentes libros como el del Dr. Paul Pearsall La salud por el placer), la experiencia de la dicha, la alegría, el placer y toda la gama de emociones constructivas producen un equilibrio neuropsicohormonal sanador.



Ahora bien, la oscilación es clave para el logro del placer, tanto o más que el equilibrio. La homeostasis no es quietud; por el contrario, es un estado de equilibrio adecuado que en psicosomática se denomina "buena oscilación" y que orgánicamente puede atribuirse a un balance correcto de hormonas y neurotrasmisores.



Pero, cuando esta oscilación positiva se desmadra, se producen las "subidas y bajadas" desmesuradas en cualquier plano. Cuando una persona lucha de un modo constante por conservar este equilibrio, entre grandes subidas y bajadas, su organismo se vuelve incapaz de soportar tal tensión y comienzan a producirse "cortocircuitos".



Paul Pearsall afirma:



El desgaste se nos manifiesta en el rostro, en el corazón, en la reacción inmunitaria y en el carácter emocional. La receta del placer dice: sube con un poco de felicidad estresante, pero recuerda que siempre tiene que volver a bajar. Baja con un poco de infelicidad estresante, pero recuerda que puedes volver a subir. Algunas personas se estresan tanto intentando reducir y controlar su estrés, intentando mantener constantemente una actitud positiva o trabajando duramente para conseguir la felicidad, que se pierden todo lo que tiene de divertido estar sometidos a presión y todo lo que podemos aprender del hecho de estar tristes.



Sin duda, podemos suscribir las palabras del Dr. Pearsall y aplicarlas a la bipolaridad; es decir, sostener que vivir con pasión y alegría y oscilando proporcionadamente es hacer posible una experiencia placentera, que representa, en sí misma, un "psicofármaco" excelente para la bipolaridad.



Que el bipolar viva intentando controlar su oscilación y forzándose a ser estable o que se lo impongan desde la psicoterapia y la farmacología no es el camino indicado, ya que a lo que conduce es a todo lo contrario de lo que se busca.

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