domingo, 13 de septiembre de 2009

Obstáculos o bloqueos psicológicos

Los principales obstáculos o bloqueos psicológicos provocan perjuicios en todas las áreas vitales de la vida. Son inconscientes, y generalmente actúan conjuntamente.

Haremos una descripción de los más comunes y frecuentes que se presentan en muchos de nosotros.


Perdida de contacto con los propios sentimientos: es la incapacidad para sentir y expresar sentimientos y emociones de amor, alegría, rabia, tristeza, miedo, etc.
Evitación de los problemas para no experimentar sufrimiento: el refrán "más vale conocido que bueno por conocer" ilustra este bloqueo psicológico. Ante una opción diferente y desconocida, la persona se carga de ansiedad y temor por enfrentar la posibilidad de cambio, y lo que podría ser una situación provechosa se transforma en una amenazante y que paraliza a la persona.
Desconocer nuestra escala de valores: esto es como si no los tuviéramos, y nos dificulta ordenar los sucesos de nuestra vida de acuerdo a determinadas prioridades.
Escasa autoestima o falta de confianza en sí mismo: minimiza mis posibilidades, pues descreo de las capacidades que poseo.
Desesperanza, depresión y ansiedad: son síntomas de dificultades más profundas y la mayoría de las veces requieren ayuda profesional.
Idealización o imagen irreal del propio yo: constituye una forma de compensación destinada a disimular y contrarrestar la desconfianza personal.
Dependencia de los demás y necesidad obsesiva de agradar: no permite elegir por sí, sino de acuerdo a lo que desean los otros, necesita agradar por lo que no puede satisfacer los propios gustos.
Búsqueda constante del reconocimiento y del primer lugar: se trata de llamar la atención, de ser admirados ante que estimados.
Perfeccionismo y afán de tenerlo todo: consiste en la creencia de que hay situaciones y decisiones perfectas y acarrea el temor de obtener un resultado imperfecto.
Esperanza de cosas mejores, anhelo de lo que no se tiene, desprecio por lo que se tiene y vivir de ilusiones: lo más característico de este obstáculo son las interminables demoras y esperas en que se ve envuelta la persona. Desaprovecha lo que tiene por mirar lo que no tiene o no puede, y las ilusiones me insertan en un mundo imaginario y poco real.
Pensar negativamente: me inhabilita en la búsqueda de soluciones. Pensar en positivo me lleva a observar las características buenas que tengo.
Compararse permanentemente con otros: me dificulta entender que todas las personas somos diferentes, con cualidades positivas y negativas.
No confiar en nosotros mismos: nos impide creer en nuestras capacidades, opiniones, y no podemos actuar de acuerdo a lo que sentimos y pensamos, sin preocuparnos por la aprobación de los demás.
No aceptarnos a nosotros mismos: debemos aceptar que con nuestras cualidades y defectos, somos ante todo, personas importantes y valiosas.
No poder decir que NO: nos implica en múltiples situaciones disfuncionales.
casi imposible luchar contra un enemigo invisible o desconocido, por lo tanto es necesario conocer los bloqueos, identificarlos y comprenderlos para actuar en consecuencia.

A veces la persona puede darse cuenta de que está atrapada en algún o algunos de los bloqueos, lo que ya constituye un primer paso para abandonar hábitos negativos, luego tendrá que esforzarse en un cambio.


Sin embargo, cuando la persona por sí misma no puede lograrlo ( porque la persona está desorganizada, tiene grandes problemas de autoestima, hay trastornos de sentimientos, pensamientos y emociones) se requiere de ayuda profesional para recibir orientación y las intervenciones necesarias para corregir la problemática.

Siempre postergo las cosas, nunca termino nada.

Muchas personas sienten que son incapaces de terminar cualquier actividad o tarea que hayan iniciado, desde acomodar una biblioteca, un cuarto, un curso de inglés, de computación, baile, clases de tenis, una carrera universitaria, una dieta, un proyecto de trabajo, algún emprendimiento laboral, etc., etc. Pero ¿Por qué les sucede eso? ¿Lo hacen a propósito? ¿Realmente no pueden concluir nada de lo emprendido? ¿Encuentran excusas a cada paso que les truncan el logro de su objetivo inicial?

Por lo general al iniciar una nueva actividad las personas se sienten entusiasmadas y contentas. A medida que transcurre el tiempo van perdiendo interés y su voluntad desaparece de la mano de un sinfín de “razones-excusas”: el curso es caro, queda lejos, es incómodo para viajar, la gente no me gusta mucho, empiezo a ver demasiados puntos negativos, estoy cansado, me enfermé, pienso que no voy a poder, esto no vale la pena, no es para mi, etc.

Quizás varias cosas hacen intersección dentro de uno para que ocurran estas cosas. Puede haber una gran dosis de inmadurez, como actitudes adolescentes, que hacen dejar todo inconcluso.

- Postergar cada cosa para otro momento también nos lleva a no poder finalizar lo iniciado.
- Sentir miedo por llegar al fin y tener que enfrentar una situación de duelo por lo terminado.
- Vivir sin límites de tiempo me impide poner plazos para concretar una tarea.
- Terminar un proyecto me enfrenta de algún modo con alguna pérdida.
- No conseguir el objetivo evita enfrentarme con mis verdaderas capacidades.
- No llegar al objetivo final me resguarda de decepciones y frustraciones.
- Descreer de mis posibilidades me lleva a fracasar.

Muchas veces no podemos distinguir entre deseo y voluntad. Cuando hablamos del deseo estamos ubicados en un plano mental, de imaginar, fantasear con algo y esto no nos asegura que logremos el objetivo.

Cuando hablamos de tener un propósito seguramente llegaremos al objetivo de la mano de la voluntad y el tiempo. Si nos quedamos anclados en el deseo estaremos en el plano ideal escapando de la realidad.

Por el contrario, focalizarnos en un objetivo nos lleva al orden de lo concreto, donde podemos diseñar las diferentes etapas que nos lleven al fin del camino, o sea a la meta prefijada.

Trabajar sobre algunos puntos internos nos facilitará salir de éste círculo vicioso que una y otra vez nos paraliza y somete al abandono:


Enfocar racionalmente el proyecto a realizar.
Seleccionar un objetivo que esté dentro de nuestras posibilidades.
Elegir un objetivo simple para empezar con el fin de no bloquearnos con grandes obstáculos y sufrir desilusiones que me hagan abandonar el proyecto.
Elaborar un plan de trabajo con objetivos concretos, ver cuales son las etapas a realizar y cuanto tiempo necesitaré para cada una.
Avanzar progresivamente, registrando logros y dificultades.
Proyectarnos en el futuro pensando que alcanzamos el objetivo y preguntarnos como cambiará esto nuestra vida.
Pensar en los beneficios personales, profesionales, económicos que me aportará el logro.
Felicitarse por cada etapa conseguida, por cada logro, sea parcial o total.

Solamente pudiendo romper el círculo vicioso que nos atrapa en fracasos continuos podremos entrar en un círculo virtuoso que nos lleve al logro de nuestros objetivos.

Para Tomar el Control

Tomar el control de nuestra propia vida solamente puede ser decisión nuestra. Si bien es posible y absolutamente necesario, no es una decisión simple porque no es un acto sin consecuencias. a) En primer lugar, debemos tener noción de las metas, el rumbo hacia donde nos queremos dirigir. Si en un principio las ideas de este “rumbo” no están claras del todo, al menos servirán para comenzar a ponernos en marcha y para poder articular con otras respuestas que van a surgir durante el viaje. Será entonces responsabilidad nuestra decidir la dirección hacia la cual orientarnos.

b) Si hasta este momento las riendas de nuestra vida estaban en manos de otra persona llegó la hora de preguntarnos: “¿Por qué esto es así? Soy un adulto y, a menos que yo se lo haya permitido, nadie puede dirigir mi vida...” Las respuestas pueden variar: quizás no nos creamos capaces de decidir adecuadamente, quizás creamos que el otro sí sabe, quizás no queramos lidiar con el enfado que le produciría al otro soltar nuestras riendas. Es necesario estar bien convencidos de que para vivir a pleno, debemos dejar de lado la ilusión de que otro sabe mejor que nosotros lo que deseamos. Seguramente deberemos darle tiempo a ese otro para comprender nuestra nueva elección, confiando en que si nos quieren, se darán cuenta de que nada es mejor para nosotros que decidir nuestro propio camino.

c) Antes de emprender la marcha, será mejor preguntarnos por nuestros recursos, intereses e inquietudes. Por ejemplo: si lo que nos estimula es el contacto con los otros, preferiremos un camino acompañados en lugar de un camino solitario. Buscaremos entonces las personas adecuadas para ayudarnos. Si preferimos hacerlo en solitario, lo haremos con la convicción de que, aunque sea más largo, es producto de nuestra decisión.

Sea lo que sea lo que elijamos, mientras vayamos por el rumbo deseado, estaremos sintiendo que avanzamos, aún cuando en ocasiones debamos dar rodeos o desandar lo andado para retomar otro camino.

“No hagas a otros lo que querrías que te hicieran a ti: ellos pueden tener gustos distintos”
Bernard Shaw

Adolescencia: El difícil proceso de crecer

La adolescencia es un período en la vida de nuestros hijos, que muchas veces nos abre diferentes interrogantes, nos preocupa, nos enoja, nos desorienta y hasta nos descoloca como padres. Nos cuestionamos una y otra vez qué está bien, qué está mal, qué se debe y qué no, hasta dónde pueden...
Los adolescentes buscan su identidad, sus espacios, son personas con un gran caudal de energía que no saben bien cómo distribuir y dónde poner dicha energía. Desean experimentar situaciones nuevas, a veces sin medir ciertos riesgos, se sumergen en la sexualidad, buscando sus primeras relaciones de pareja, les atrae conocer nuevas personas, lugares, la noche, comienzan a salir del núcleo familiar y los amigos tienen una influencia muy marcada en sus vidas.


Esto muchas veces trae aparejado conflictos con los padres que se sienten cuestionados, desplazados, enfrentados.


Los adolescentes ya no ven a sus padres en el mismo lugar, dejan de ser sus únicos referentes, y empiezan a buscar sustitutos, se alejan, cosa que les causa soledad y angustia, pero que a la vez les es necesario.


Por otro lado, sus cuerpos cambian, comienzan a vivir su sexualidad, lo que les provoca a veces vergüenza, a veces intriga, el duelo por perder la niñez avanza y es necesario procesarlo, y también el desplome de los padres como modelo ideal debe ser trabajado.


Todos los cambios que van atravesando interna y externamente los van expresando de muy diversas maneras.


Se vuelven inestables emocionalmente, en un momento están abiertos y eufóricos, en otros se recluyen en su cuarto y en sus cosas, unas veces cariñosos y otras huraños, a veces hablan sin cansarse, otras el silencio los acompaña días enteros.


A menudo se oponen a las opiniones de sus padres, no aceptan consejos, se sienten fuera de la familia que hasta hace poco tiempo lo era todo para ellos.


La música, códigos nuevos, valores, ideales, modas, lenguajes, los alejan de los adultos y los acercan a sus pares.


El espejo les devuelve una y otra vez su imagen, horas frente a él, dedicación a su figura, a su cuerpo, preocupación por la apariencia, se obsesionan por estar flacos o gordos, por un granito, por el cabello, por la ropa, se sumergen en largas charlas telefónicas, sus celulares no descansan, la computadora parece ser una extensión de su cuerpo.

Entonces nosotros los papas nos preguntamos: ¿Cómo llegamos a ellos? ¿Qué necesitan? ¿Por qué están con ese humor? ¿Ya no nos quieren? ¿No nos necesitan más? ¿Cómo podemos ayudarlos?

Muchos padres se acercan a la consulta con estos y otros tantos interrogantes.
Primeramente debemos comprender que es un período que a nosotros los adultos nos genera ansiedad y también temor. Pero también a ellos les sucede algo semejante, lógico desde otro lugar.


Los padres, en ocasiones no toleran los enfrentamientos, las oposiciones, los cuestionamientos, las rebeldías. Pero necesitamos entender que los adolescentes están en la búsqueda de su identidad, de su independencia, de sus propios espacios, que entran en crisis por autoafirmarse, por despegar intelectualmente, por separarse de sus padres a los que han permanecido unidos hasta el momento.


Poder escuchar a los adolescentes, darles espacio para que puedan expresarse, tener una relación de confianza con ellos, (sin confundir con querer ser sus amigos), aceptar la diferencia generacional que separa a padres e hijos, es una forma de acompañarlos, de cuidarlos, de estar a su lado sin invadirlos ni caer en el autoritarismo.


Y cuando hablamos de escucharlos, estamos diciendo hacerlo activamente, en forma receptiva, abriendo el diálogo, para que ellos también se escuchen, es tratar de ponernos en su piel, sin querer imprimirles nuestras marcas, nuestras propias historias de vida.
Y acompañarlos, es estar presentes, saber qué hacen, dónde están y con quién. Que sepan que los padres estamos siempre, para lo que sea.


Los contextos van cambiando y cada época tiene sus características. Son diferentes las problemáticas. Actualmente nos preocupan los altos niveles de violencia, las drogas, el alcohol, la inseguridad en las calles. Por eso debemos estar alertas, ya que los cambios por los que atraviesan los adolescentes pueden transformarse en crisis difíciles de cursar. Suelen depositar sobre sus cuerpos lo que no saben expresar de otra manera (anorexia, bulimia, obesidad, alergias, asma, fuertes dolores de cabeza), se deprimen y muestran apatía y desgano a todo (a veces solapado por consumo de alcohol o drogas), también se inhabilitan intelectualmente, fracasando en los estudios.

Posibilitemos el despliegue de sus capacidades, la construcción de sus identidades, el encuentro de su independencia, la formación de un yo diferente al de los padres. Seamos responsables, estemos atentos pero sin olvidar lo más importante: Comprensión, Acompañamiento y Escucha.

La trampa de las etiquetas

Existe una tendencia a ponerle etiquetas a los padecimientos: soy anoréxica, es alcohólico, es un niño hiperactivo, se trata de un ataque de pánico, es bulímica, el deprimido, el bipolar, etc… y listo, ya está todo dicho. Como si poniéndole un nombre, uno entendiera de qué se trata y esto pudiera servir para tranquilizar al que sufre.
Lejos de eso, los analistas entendemos que encasillar a alguien y ponerle un nombre a su padecer no ayuda en lo más mínimo al ser que sufre. Es verdad, seguramente tranquiliza a todos los que lo rodean: familiares, psicólogos, médicos, maestros… pero al protagonista, al que carga con ese rótulo, solo lo confina al rincón con un cartel al cuello y le cierra todas las todas las posibilidades de poder decir algo de lo que le está pasando. Le quitan la dignidad de ser un sujeto con derecho a saber de qué se trata su dolor y lo convierten en el objeto de la ciencia, que todo lo sabe.

Para el psicoanálisis todo caso es un caso único. Cuando se trata de personas y de padecimientos psicológicos, es preciso escuchar qué tiene para decir el protagonista y no vernos inmediatamente tentados a aplicar etiquetas, recetas, medicamentos para acallar las penas.

Es cierto que vivimos en un tiempo en que todo requiere ser solucionado y de inmediato, sin darnos el tiempo necesario para soportar la incertidumbre que conlleva abrir preguntas para las que no hay respuestas predeterminadas.

Si ante cada síntoma o problema (no puedo salir, mi nene se hace pis), rápidamente le buscamos un nombre (fobia, enuresis) y le aplicamos la receta pertinente para eliminar los síntomas (sea medicación, tratamiento para reeducar o corregir la conducta)… nunca nos enteraremos de la causa del padecer ni podremos abordarla y lo que es peor, solo acallaremos el síntoma que de por sí pide hablar.

Muchos son los modos en que actualmente se cae en la trampa de las etiquetas aplicando respuestas automáticas y generalizables: los grupos de autoayuda que nos confirman que somos “XXX” y nos dan las recetas para dejar de serlo, la medicación automática frente a niños con problemas de conducta (encasillados en ADHD), el consumo adictivo o el consumo compulsivo, las flores de Bach, etc.

Freud nos decía que el sentido de los síntomas como el de los sueños es diferente para cada sujeto y que está articulado a las experiencias de cada uno. Entonces, sólo sabremos qué significa una tos nerviosa para una persona cuando empiece a hablar de ella .Y lo mismo sucederá con los sueños: no podemos interpretar un sueño fuera del contexto de una sesión en la cual el propio soñante aportará las claves para su desciframiento.

Buscamos, en cada caso particular, los detalles y principios que orientan el diagnóstico y dirigen el tratamiento, porque las generalizaciones y clasificaciones tienen cierto carácter relativo y artificial.
Frente a la presión de los tiempos que corren, del avance de la farmacopea y de los laboratorios, de las necesidades urgentes de las instituciones educativas, legales o de salud por resolver, debemos estar atentos y no caer en la trampa de las etiquetas porque se nos pierde el sujeto.
Es preciso darnos la chance de escuchar, el tiempo para que surjan las preguntas y los enigmas, soportar cierta angustia de trabajo que surge al no comprender inmediatamente lo que nos sucede, poder transitar esa inquietud que nos provoca no poder cerrar con una respuesta, no recurrir automáticamente a una etiqueta ante un dolor que nos aqueja. Solo más tarde podremos comenzar a elaborar y comprender para luego concluir con la cura a la medida de una persona en particular.

Coreografía Familiar

La familia es un sistema relacional que supera a sus miembros individuales y los articula entre sí. Se compara a la familia con un servomecanismo dotado de un regulador.
Teniendo en cuenta a la 1ra ley de las relaciones humanas, cuando una persona señala un cambio con relación a otra, ésta actuará sobre aquella a fin de mitificar y modificar el cambio.
La familia como sistema cerrado de información es un sistema en el que las variaciones de rendimientos y conducta son alimentación a fin de corregir la respuesta del tema.
Para existir como sistema abierto la familia necesita jefes que permitan cambiar libre y directamente con claridad y de una manera adecuada. La capacidad para la expansión y desarrollo se necesita para tres cambios consustanciales a la naturaleza de la vida y al modus vivendi; ellos son:
1. Cambios de casa miembro, por ejemplo, cambios de ocurren entre el nacimiento y la madurez en el concepto y uso de la autoridad, independencia, sexualidad y productividad.
2. Cambios entre los miembros de la familia; por ejemplo, ente los adultos y un niño desde el nacimiento a la madurez, entre el marido y mujer antes y después de tener un hijo, la enfermedad o lesiones de uno de los esposos o la edad avanzada de ambos.
3. Cambios determinados por factores sociales; por ejemplo: un trabajo, colegio, vecindad, país o nuevas leyes.

Si es sistema familiar es cerrado, la familia manejará estos cambios inevitables de manera que no alteran su status quo, negándoles y por lo tanto distorsionándolos.
Esto crea una discrepancia entre la presencia del cambio y el reconocimiento del mismo presentando un dilema que ha de solucionarse para que pueda normalizar se vida y las relaciones con sus parientes.
Como al cambio hay que hacerle frente, un sistema familiar que no tenga vías funcionales para asmililarlo quiere decir que estas vías están distorsionadas. Hablando en términos generales, un sistema cuyos directores ven el presente en término de pasado, es un sistema disfuncional.
Si los directores son capaces de vivir en el presente, este sistema será funcional. La familia disfuncional cuando se enfrenta al cambio, produce síntomas. Al síntoma se lo ve como una información acerca del individuo que la tiene, de su familia y de las reglas que la rigen. Para comprender el síntoma se debe comprender no sólo al portador del mismo, sino también a la familia y al sistema familiar.
La familia es un sistema en el que al cambio de una parte del mismo le siguen cambios compensatorios en otra parte del sistema. Esto caracteriza al proceso de crecimiento del individuo cuanto a la continua reorganización del sistema familia en el curso del ciclo vital.
La familia de se puede considerar como un sistema en transformación constante que evoluciona en virtud de su capacidad de perder propia estabilidad y de recuperarla después, reorganizándole sobre bases nuevas.
En su carácter de sistema abierto nos permite individualizar dos fuentes de cambio; una interior que se sitúa en sus miembros y en las exigencias mismas de su ciclo vital y otra exterior, originada por las demandas sociales. Los estímulos interiores y exteriores de cambio obligan a renegociar de continuo la definición de las funciones de interacción y a rever, por lo tanto el nexo mismo entre la cohesión y crecimiento individual.
En los casos en que la familia es demasiado “enmarañada” (es decir que carece de la suficiente diferenciación de sus componentes) o “desacoplada” (que le falta la suficiente conexión entre sus componentes), se predice la aparición de patologías. Así como en la coreografía de un ballet, “todos los practicantes se conducen de una manera determinada para mantener la continuidad de la secuencia”, esta explicación puede ser aplicada a las familias.
Cada familia acuña su propia coreografía sobre la base argumental de sus propias creencias, mitos y prejuicios. Sin embargo, a veces la secuencia de sucesos son “organizadores de problemas”.
Tomemos como ejemplo esta secuencia:
Puede ocurrir que la familia defina el problema como berrinches del hijo y las escenas coreográficas tiene estas repeticiones: la madre se admite incompetente para ponerle límites a su hijo, éste intensifica sus berrinches; el padre recrimina a la madre por su incompetencia.

El círculo que recicla el ciclo es el siguiente:
+ Incompetente es la madre
+ Berrinche el chico
+ Berrinche el chico
+ Recrimina el padre
+ Recrimina el padre
+ Incompetente se torna la madre

El objetivo terapéutico será incumplir estas pautas de organización. Este caso se analiza como “jerarquía con funcionamiento defectuoso” porque la madre y el padre no se relacionan entre sí como pares en un rol ejecutivo.
La jerarquización nítida está muy bien expresada en un antiguo adagio chino que dice:
“Cuando el padre es de verdad un padre, y el hijo el hijo, cuando el hermano mayor en hermano mayor y el hermano menor es esto mismo, cuando el esposo es esposo y es esposa la esposa, la casa anda por derecha senda. Si la casa están en orden, el mundo sigue un curso firme”

¡Que saludable sería el análisis minucioso de las corografías de nuestras respectivas familias!

“Crecimiento, cambio y curación”

Actualmente, en esta posmodernidad que nos toca transitar, nos encontramos ante innumerables cambios. Los mismos pueden convertirse en motor de crecimiento o en trabas al desarrollo personal, dependiendo de nuestras capacidades, formas de comunicarnos y relacionarnos con los otros.
El si mismo se encuentra continuamente en un proceso de desarrollo, y el mismo es aprendido, generalmente de la relación que establecemos con el otro.

Este continuo proceso de cambio es muy rico si estamos preparados para mantenernos en el incesante movimiento que él mismo acarrea.

Aquí es donde aparece la importancia de la resiliencia, concepto que define la capacidad de adaptación a lo novedoso, a los cambios, de la manera más saludable posible. Contando con esta invaluable capacidad la persona tiene la capacidad de aprender y crecer en lugares y situaciones en donde otros sujetos caerían en desavenencias.

Es en este contexto, cuando la adaptación es posible y sana, donde el cambio deviene en crecimiento; y para que esto suceda es fundamental tener en cuenta la necesidad del “otro”.

Como explica Lichtenberg (2003): “solo por una forma de fusión con aquel que es otro diferente a uno mismo, un individuo puede obtener el enriquecimiento”.

Para poder desarrollar nuestras potencialidades requerimos estar en un contacto real con el otro. Para esto, es necesario ser parte de la sociedad y compartir pautas culturales que según Bohm (2001), la misma se origina cuando un grupo de personas piensa y se pone de acuerdo en lo que van a hacer, y luego llevan a cabo las decisiones que han tomado. Así pues, la cultura subyace a todo tipo de organización social.

El dialogo explora como el pensamiento se genera y se sostiene de manera colectiva. Cuando este diálogo, este intercambio se produce de manera sana, genera desarrollos y crecimientos entre los participantes. Lo que sí sucede, es que se cae en una confluencia defectuosa, con una dominación, una explotación por parte de una persona por sobre la otra (recalcando el sobre, o sea no de igual a igual), se crea un empobrecimiento de los participes, se genera un No despliegue de las potencialidades. Hay un empobrecimiento en el contacto.

Como explica Laura Perls, (1992) “el contacto es el reconocimiento de la “otredad”, la captación de la diferencia”.

Es necesario aceptar que el otro es diferente, y justamente son en esas diferencias donde podremos encontrar nuevas formas de observar, de comprender, de aprehender.

Desde la psicoterapia es necesario comprender que en el otro podemos encontrar la curación, tanto para la persona que nos consulta, como para nosotros.

“La conversación terapéutica remite a una búsqueda reciproca de comprensión y a la exploración, a través del dialogo, de los problemas siempre cambiantes que se van presentando” (Goolishian y Anderson, 1998). El entender los problemas siempre cambiantes que se van generando como una nueva posibilidad de cambio, de aprendizaje; que se conviertan en una nueva marca de experiencia, es lo que promueve una conceptualización de los problemas como una forma de evolucionar, de desarrollarse.

En el establecimiento de un contacto genuino, de un abrirnos y brindarnos al otro, es donde podemos empezar a encontrar la forma de crecer, y de conocer al otro, y al mismo tiempo seguir conociéndonos y redescubriéndonos a nosotros mismos.

La autenticidad como terapeutas, el estar presentes, aceptando este incesante cambio genera en el otro un camino de acercamiento a la curación.

Lic. Leandro Surur

¿Quierés saber qué siente una mujer bipolar?

Mi relación con la enfermedad ha tenido sus variantes. Muchas veces fue mi enemiga y no encontraba la manera de convivir con ella.
Mi respeto por la vida sin duda me ayudó en el combate. No quería perder. Aún en los momentos más caóticos mi fe en Dios ayudó a encontrar una salida.
Fueron muchas las subidas y muchas las caídas en el vaivén entre las dos polaridades que continuamente se presentan (la Manía y la Depresión.) Mucho fue el dolor y el padecimiento. El trastorno bipolar es una enfermedad a la que hay que cuidar y respetar. Algunos mueren en el camino. Otros redescubrimos nuevas dimensiones. Pero sobre todo es importante la medicación, el apoyo terapéutico y fundamentalmente el deseo de superación. Los bipolares vivimos en otra sintonía… hasta obtener la estabilidad no sabemos qué nos acecha en las esquinas. Nos convertimos así a la fuerza, en aventureros del destino, en acróbatas de los más experimentados y en bailarines de distintas melodías. Luego de mucho andar, la enfermedad es casi una amiga. Gracias a ella descubrí nuevas facetas que tenía ocultas. Me busqué y me encontré en un mundo con nuevas sensaciones, nuevos caminos y desafíos. Supe valorar el esfuerzo por encontrar el equilibrio entre los nuevos entretelones de la vida.
Sin duda crecí y crecieron quienes me acompañan en el camino.
Esta dolencia tiene, casi diría, una cierta magia. Cuando se está al borde del precipicio-en las manías o en las depresiones- mágicamente uno se vuelve más lúcido, más astuto, el sentido de supervivencia hace el anuncio de una presentación estelar. Es como una obra teatral en la que con una mezcla de magia y sabiduría mantienen en vilo sus protagonistas. Pero hay algo seguro, el mensaje de la obra es la necesidad del crecimiento interior. Los personajes se desviven por encontrar sus cualidades artísticas que inesperadamente adquieren y crecen. La magia está en convertir el llanto en alegría, la inexperiencia en sabiduría, en disfrutar transitando el camino. El final de la obra es abierto. Nadie sabe cual es el destino de un bipolar, pero sus fuerzas alcanzan límites insospechados. Cuando el que adolece el trastorno bipolar llega a su estabilidad, su interior se ilumina con estrellas palpitantes. Nada se puede comparar a este estado de bienestar y de luz. El bipolar siente que vive más intensamente, ve con más profundidad, vive sin miedo y casi sin límites. Es más receptivo a las bondades de la vida. Ahora quiere vivir y recuperar el tiempo “perdido”, manejando su ansiedad y buscando continuamente nuevas realidades y fantasías.
El secreto para alcanzar la recuperación, está en la adherencia al tratamiento y a la medicación, en el compromiso que asume con su propia vida, en adquirir calidad en actitudes, en encontrar ser el reflejo de su alma. El sufrimiento ha colaborado para llegar a este nuevo estadio.
Soy una Mujer bipolar que no desconoce que va a tener períodos de padecimiento pero sin duda ahora sé ser feliz…

Marenka