domingo, 13 de septiembre de 2009

La trampa de las etiquetas

Existe una tendencia a ponerle etiquetas a los padecimientos: soy anoréxica, es alcohólico, es un niño hiperactivo, se trata de un ataque de pánico, es bulímica, el deprimido, el bipolar, etc… y listo, ya está todo dicho. Como si poniéndole un nombre, uno entendiera de qué se trata y esto pudiera servir para tranquilizar al que sufre.
Lejos de eso, los analistas entendemos que encasillar a alguien y ponerle un nombre a su padecer no ayuda en lo más mínimo al ser que sufre. Es verdad, seguramente tranquiliza a todos los que lo rodean: familiares, psicólogos, médicos, maestros… pero al protagonista, al que carga con ese rótulo, solo lo confina al rincón con un cartel al cuello y le cierra todas las todas las posibilidades de poder decir algo de lo que le está pasando. Le quitan la dignidad de ser un sujeto con derecho a saber de qué se trata su dolor y lo convierten en el objeto de la ciencia, que todo lo sabe.

Para el psicoanálisis todo caso es un caso único. Cuando se trata de personas y de padecimientos psicológicos, es preciso escuchar qué tiene para decir el protagonista y no vernos inmediatamente tentados a aplicar etiquetas, recetas, medicamentos para acallar las penas.

Es cierto que vivimos en un tiempo en que todo requiere ser solucionado y de inmediato, sin darnos el tiempo necesario para soportar la incertidumbre que conlleva abrir preguntas para las que no hay respuestas predeterminadas.

Si ante cada síntoma o problema (no puedo salir, mi nene se hace pis), rápidamente le buscamos un nombre (fobia, enuresis) y le aplicamos la receta pertinente para eliminar los síntomas (sea medicación, tratamiento para reeducar o corregir la conducta)… nunca nos enteraremos de la causa del padecer ni podremos abordarla y lo que es peor, solo acallaremos el síntoma que de por sí pide hablar.

Muchos son los modos en que actualmente se cae en la trampa de las etiquetas aplicando respuestas automáticas y generalizables: los grupos de autoayuda que nos confirman que somos “XXX” y nos dan las recetas para dejar de serlo, la medicación automática frente a niños con problemas de conducta (encasillados en ADHD), el consumo adictivo o el consumo compulsivo, las flores de Bach, etc.

Freud nos decía que el sentido de los síntomas como el de los sueños es diferente para cada sujeto y que está articulado a las experiencias de cada uno. Entonces, sólo sabremos qué significa una tos nerviosa para una persona cuando empiece a hablar de ella .Y lo mismo sucederá con los sueños: no podemos interpretar un sueño fuera del contexto de una sesión en la cual el propio soñante aportará las claves para su desciframiento.

Buscamos, en cada caso particular, los detalles y principios que orientan el diagnóstico y dirigen el tratamiento, porque las generalizaciones y clasificaciones tienen cierto carácter relativo y artificial.
Frente a la presión de los tiempos que corren, del avance de la farmacopea y de los laboratorios, de las necesidades urgentes de las instituciones educativas, legales o de salud por resolver, debemos estar atentos y no caer en la trampa de las etiquetas porque se nos pierde el sujeto.
Es preciso darnos la chance de escuchar, el tiempo para que surjan las preguntas y los enigmas, soportar cierta angustia de trabajo que surge al no comprender inmediatamente lo que nos sucede, poder transitar esa inquietud que nos provoca no poder cerrar con una respuesta, no recurrir automáticamente a una etiqueta ante un dolor que nos aqueja. Solo más tarde podremos comenzar a elaborar y comprender para luego concluir con la cura a la medida de una persona en particular.

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