domingo, 13 de septiembre de 2009

“Crecimiento, cambio y curación”

Actualmente, en esta posmodernidad que nos toca transitar, nos encontramos ante innumerables cambios. Los mismos pueden convertirse en motor de crecimiento o en trabas al desarrollo personal, dependiendo de nuestras capacidades, formas de comunicarnos y relacionarnos con los otros.
El si mismo se encuentra continuamente en un proceso de desarrollo, y el mismo es aprendido, generalmente de la relación que establecemos con el otro.

Este continuo proceso de cambio es muy rico si estamos preparados para mantenernos en el incesante movimiento que él mismo acarrea.

Aquí es donde aparece la importancia de la resiliencia, concepto que define la capacidad de adaptación a lo novedoso, a los cambios, de la manera más saludable posible. Contando con esta invaluable capacidad la persona tiene la capacidad de aprender y crecer en lugares y situaciones en donde otros sujetos caerían en desavenencias.

Es en este contexto, cuando la adaptación es posible y sana, donde el cambio deviene en crecimiento; y para que esto suceda es fundamental tener en cuenta la necesidad del “otro”.

Como explica Lichtenberg (2003): “solo por una forma de fusión con aquel que es otro diferente a uno mismo, un individuo puede obtener el enriquecimiento”.

Para poder desarrollar nuestras potencialidades requerimos estar en un contacto real con el otro. Para esto, es necesario ser parte de la sociedad y compartir pautas culturales que según Bohm (2001), la misma se origina cuando un grupo de personas piensa y se pone de acuerdo en lo que van a hacer, y luego llevan a cabo las decisiones que han tomado. Así pues, la cultura subyace a todo tipo de organización social.

El dialogo explora como el pensamiento se genera y se sostiene de manera colectiva. Cuando este diálogo, este intercambio se produce de manera sana, genera desarrollos y crecimientos entre los participantes. Lo que sí sucede, es que se cae en una confluencia defectuosa, con una dominación, una explotación por parte de una persona por sobre la otra (recalcando el sobre, o sea no de igual a igual), se crea un empobrecimiento de los participes, se genera un No despliegue de las potencialidades. Hay un empobrecimiento en el contacto.

Como explica Laura Perls, (1992) “el contacto es el reconocimiento de la “otredad”, la captación de la diferencia”.

Es necesario aceptar que el otro es diferente, y justamente son en esas diferencias donde podremos encontrar nuevas formas de observar, de comprender, de aprehender.

Desde la psicoterapia es necesario comprender que en el otro podemos encontrar la curación, tanto para la persona que nos consulta, como para nosotros.

“La conversación terapéutica remite a una búsqueda reciproca de comprensión y a la exploración, a través del dialogo, de los problemas siempre cambiantes que se van presentando” (Goolishian y Anderson, 1998). El entender los problemas siempre cambiantes que se van generando como una nueva posibilidad de cambio, de aprendizaje; que se conviertan en una nueva marca de experiencia, es lo que promueve una conceptualización de los problemas como una forma de evolucionar, de desarrollarse.

En el establecimiento de un contacto genuino, de un abrirnos y brindarnos al otro, es donde podemos empezar a encontrar la forma de crecer, y de conocer al otro, y al mismo tiempo seguir conociéndonos y redescubriéndonos a nosotros mismos.

La autenticidad como terapeutas, el estar presentes, aceptando este incesante cambio genera en el otro un camino de acercamiento a la curación.

Lic. Leandro Surur

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